jueves, 5 de diciembre de 2013

OTRA HISTORIA DE AMOR

                                                                                                                                                                 
 
                                                                                  El tren de cargas que se dirigía de Córdoba con dirección a la Provincia de Santa fe, venía con tres vagones atestados de juntadores de maíz  Entre ellos, un hombre joven de algo mas de treinta años, de estatura baja, de ojos verdoso oscuro, delgado y de pecho enjuto, acomodaba sus bagayos en un rincón del vagón. No eran muchas sus pertenencias, todas formaban un gran atado de utensilios, ropas de vestir y frazadas. La pava, el mate, una olla negra, tenedor y dos cuchillos de muy buena marca y mejor filo. Lo demás: algunas pocas ropas gastadas para usar en el trabajo y otras para cuando pudiera ir para el pueblo. Él como otros miles cada año venían de las provincias de San Luis y Córdoba, con pasaje gratis, buscando ser contratados en la cosecha del maíz que ya estaba por comenzar. Era un trabajo temporario pero trabajo al fin, pasado algunos meses debían volver a su lugar de origen, además no había mucho para elegir, era esto o nada.
El tren se detenía en cada estación dando la oportunidad para que quien quisiera bajar lo pudiera hacer, el hombre apresuró su paso para buscar sus cosas y se bajo en un pueblo apenas habían ingresado a la provincia de Santa fe. Podía intentar allí o en otros pueblos porque en todo Santa Fe y Buenos Aires la cosecha de maíz iba a ser muy grande. Apenas bajó del tren consultó a qué campo podía ir a contratarse. Le indicaron un campo cercano, mientras iba caminando alguien lo acercó en un sulky que continuó camino hacia otro campo. Como era de esperar fue contratado inmediatamente, le mostraron el galpón donde tendría que permanecer durante toda la temporada de cosecha junto con los otros juntadores. Acomodó sus cosas y salió al patio, todavía estaba con las ropas que venía viajando, tenía intenciones de lavarse en el molino. Entonces vio en la casa de los dueños del campo a una mujer que le pareció conocida, sin mucho dudar se acercó a ella. Conversaron un rato y allí descubrieron que eran vecinos desde niños allá en su pueblo cordobés; los patios de sus casas se encontraban, haciendo que prácticamente sea uno solo.Ella era un poco menor que él, sus ojos eran grandes, sus labios carnosos y su cabello negro ondulado
Así nació o renació una amistad que venía de muchos años atrás; la vida, el trabajo o la necesidad los había traído lejos de su lugar de nacimiento. Esta casi soledad los llevó a que fueran mas allá y se enamoraron. Ella trabajaba en la casa del chacarero y él con su maleta colgada a la cintura apenas asomaba el sol salía a recorrer los surcos para juntar maíz. Para el almuerzo podía verla de pasada cuando todos iban al galpón donde ella con otras personas les servían la comida. Después rápidamente a continuar con la cosecha hasta la puesta del sol, la paga era por tanto, entonces era muy importante llenar y vaciar varias maletas. Pero siempre hay tiempo para el amor, el cansancio se olvida, el mate renueva las fuerzas y las noches se hacen cortas para recordar y conversar.
Pasaron los días y los meses, la cosecha ya estaba por terminar, en medio de una de esas charlas ella le dijo que el amor había dado su fruto, estaba embarazada. Ahora correspondía dejar de recordar y comenzar a pensar en el futuro.Él decidió que no volvería a su pueblo y le pidió a ella que lo acompañara en la intención de vivir en un pueblo cercano desde donde se dedicaría a todo trabajo de campo. Ella aceptó, los juntadores de maíz cargaban sus bagayos y se dirigían a la estación. Pronto pasaría el tren carguero que los devolvería a sus tierras, la paga recibida les alcanzaría para sobrevivir varios meses. Pero ellos se quedaron aquí, y en el tiempo que correspondía nací yo. Siempre me gustó recordar que soy el fruto de un amor que nació en el campo, en medio del trabajo, el esfuerzo y quizás alguna necesidad. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían.Cantares 8:7

Ricardo Orlando Chavez Cuello.

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