domingo, 28 de diciembre de 2014

EL NIÑO QUE ROBO UNA MADRE


Desde niño supe que tenía tres hermanos, la Cecilia el Tuco y el Tery. Eran hijos de mi madre que se habían quedado en Mar Chiquita viviendo con mi abuela Celedonia. Nunca tuve una explicación del por qué de esta situación, mucho menos en aquellos tiempos cuando a los niños y aun a los jóvenes no se les permitían hacer ciertas preguntas. Siempre evité hilvanar alguna excusa o algún juicio sobre esta situación de que mis tres hermanos quedaran al cuidado de la abuela, que estoy seguro con mucho amor los protegió.


Pero también estoy seguro que la intención de mi madre era viajar a verlos y compartir tiempo con ellos periódicamente. Y seguramente las cosas no resultaron según lo planeado, porque los cientos de kilómetros que nos separaban se transformaron en mares y océanos imposibles de atravesar. Se dice que el amor de una madre puede hacer que ésta cruce a nado el mar para ver a sus hijos; pero esto es romanticismo. La verdad es que muchas veces la vida, las circunstancias, la pobreza, los temores, y otras cosas pueden distanciar a una madre de sus hijos, porque fueron muy pocas las veces que fuimos a visitarlos. A tal punto que a Cecilia casi que no la conocí, y del Tery tengo un vago recuerdo de cuando yo era niño. Con el Tuco tuvimos algo más de contacto.

Pero por carta teníamos noticias, y ella estaba orgullosa de ellos porque eran chicos que sabían rebuscarse la vida solos, en cambio yo necesitaba de mucho cuidado porque estaba enfermo. Quizás demasiado cuidado; aunque tengo dos hermanas menores estoy seguro que yo fui el mas cuidado. Tal vez  tuvo miedo que la vida la aleje también de este hijo por eso se aferro tanto a mi. Siempre fui mamengo, siempre tuve los mates de la vieja en cuanto lo deseara, pero ahora me siento culpable. Por esto quiero pedirles perdon a la Cecilia, al Tuco y al Tery, o a los descendientes de ellos, y decirles que yo no les quise robar a su madre, que fue la vida, las circunstancias, las distancias, la pobreza, los temores. Y que a mi me hubiera gustado que nos criáramos juntos, que jugáramos y peleemos como cualquier hermano y tener un hermano mayor a quien imitar. Pero no fue así, pero yo les aseguro que yo no les quise robar a su madre. 1 Pedro 4:8 dice: Sobre todo amense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre todos los errores.

Ricardo Orlando Chavez Cuello.

domingo, 2 de noviembre de 2014

EL HERMANO DESCONOCIDO

Corría mediado del 1969, en esa primera charla de la que participaba, el Pastor leía varios pasajes de la Biblia, que para mí era un libro totalmente desconocido. Cuando volvía recordé que en un ropero guardábamos un pequeño libro que pensé que algo tendría que ver con todo esto. Entonces vino a mi memoria cómo este libro había llegado a casa. Fue una mañana, hace muchos años, cuando nos  visitó un joven que a mí me pareció que era muy alto. Creo que la razón de su gran altura tiene que ver con la imagen que se me gravo del momento en el que se agachó para pasar por debajo de una soga para tender ropa que atravesaba todo el patio. Ésta estaba puesta a una altura tal como para que, tanto mi madre como mi padre, pasaran debajo de ella sin ningún problema. Yo era un niño de unos siete años.

Cuando llegó, llamó golpeando las palmas de las manos desde el extremo inicial del patio, que era amplio. Mi madre se acercó y habló con él, luego vinieron en dirección a donde yo estaba, cerca de la soga de tender ropa, fue allí cuando se agachó y donde me dio la imagen de un gigante. Yo estaba muy cerca, sólo me miró, no me dijo una sola palabra, tampoco mi madre. Era morocho, delgado y caminaba con paso ágil y seguro. Mientras iba al lado de mi madre con toda naturalidad y sin timidez sus ojos miraban todo alrededor, creo que se detenía en cada detalle de las cosas que observaba. No hablaron entre ellos, mi madre me dijo que me quedara afuera de la casa. Pasaron algunas horas, salieron, se despidieron, y otra vez se agacho para pasar por debajo de la soga, atravesó el patio que era muy amplio, llegó a la calle dobló hacia la izquierda y nunca más lo volví a ver.

Pasado algunos días mi madre me dijo que quien había venido era mi hermano Teri, quien fue criado por mi abuela Celedonia y que era fotógrafo. La cuestión era que ya tenía 20 años y que debía cumplir con el Servicio Militar, pero podría ser exceptuado del mismo si demostraba que la abuela era como su madre y que él debía cuidar de ella porque era su único sustento. Supuestamente mi madre habría dejado constancia de la realidad de la situación por medio de algún documento que él se habría llevado. También mi madre me mostró ese librito que mi hermano Teri le había regalado, y conociendo que no sabía leer, le dijo que nos pidiera a nosotros, mis hermanas y yo, que se lo leyéramos. Comencé a leerlo pero dejé de hacerlo porque me pareció muy monótono. Luego comprendí que era porque comencé por la genealogía de Jesús.

Aquel día de la charla, al llegar a casa, corrí hasta el ropero, me preguntaba si todavía estaría aquel librito, allí estaba en el último rincón. Comencé a leer, y ahora me ocurría lo mismo; leía: "que es hijo de... y que es hijo de... y que es hijo de..." Entonces decidí pasar unas hojas más adelante, así fue como encontré unos pasajes que mi hermano había dejado marcado de exprofeso para que leyéramos. Leí uno y otro y otro y otro, Esta lectura para mí era más comprensible, hasta que con sorpresa leí el texto al que el Pastor se había referido especialmente. Decía: "El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere será condenado. Y estas señales seguirán a los que creyeren..." (Marcos 16:16-17)  estaba resaltado con un recuadro rojo. Trece años después de que mi hermano Teri nos dejara aquel Nuevo Testamento, cuando él tenía la edad de ir al Servicio Militar; ahora yo comenzaba a leerlo, también cuando tenía la edad de ir al Servicio Militar. Luego comencé a leer Biblia y por ella conocí a Cristo. Mucho tiempo después vino a casa a visitar a nuestra madre, pero yo me había ausentado por unos días para participar de una reunión de Pastores. En esa oportunidad vino con su esposa y sus hijas Viviana y Sandra.

Ricardo Orlando Chavez Cuello