Corría mediado del 1969, en esa primera
charla de la que participaba, el Pastor leía varios pasajes de la Biblia, que
para mí era un libro totalmente desconocido. Cuando volvía recordé que en un
ropero guardábamos un pequeño libro que pensé que algo tendría que ver con todo
esto. Entonces vino a mi memoria cómo este libro había llegado a casa. Fue una mañana, hace muchos años, cuando nos visitó un joven que a mí me pareció que era
muy alto. Creo que la razón de su gran altura tiene que ver con la imagen que
se me gravo del momento en el que se agachó para pasar por debajo de una soga para
tender ropa que atravesaba todo el patio. Ésta estaba puesta a una altura tal
como para que, tanto mi madre como mi padre, pasaran debajo de ella sin ningún
problema. Yo era un niño de unos siete años.
Cuando llegó, llamó golpeando las palmas de
las manos desde el extremo inicial del patio, que era amplio. Mi madre se acercó
y habló con él, luego vinieron en dirección a donde yo estaba, cerca de la soga
de tender ropa, fue allí cuando se agachó y donde me dio la imagen de un
gigante. Yo estaba muy cerca, sólo me miró, no me dijo una sola palabra, tampoco
mi madre. Era morocho, delgado y caminaba con paso ágil y seguro. Mientras iba
al lado de mi madre con toda naturalidad y sin timidez sus ojos miraban todo alrededor,
creo que se detenía en cada detalle de las cosas que observaba. No hablaron
entre ellos, mi madre me dijo que me quedara afuera de la casa. Pasaron algunas horas, salieron, se
despidieron, y otra vez se agacho para pasar por debajo de la soga, atravesó el patio que era muy amplio, llegó a la
calle dobló hacia la izquierda y nunca más lo volví a ver.
Pasado algunos días mi madre me dijo que
quien había venido era mi hermano Teri, quien fue criado por mi abuela
Celedonia y que era fotógrafo. La cuestión era que ya tenía 20 años y que debía
cumplir con el Servicio Militar, pero podría ser exceptuado del mismo si
demostraba que la abuela era como su madre y que él debía cuidar de ella porque
era su único sustento. Supuestamente mi madre habría dejado constancia de la
realidad de la situación por medio de algún documento que él se habría llevado.
También mi madre me mostró ese librito que mi hermano Teri le había regalado, y
conociendo que no sabía leer, le dijo que nos pidiera a nosotros, mis hermanas y yo, que se lo
leyéramos. Comencé a leerlo pero dejé de hacerlo porque me pareció muy
monótono. Luego comprendí que era porque comencé por la genealogía de Jesús.
Aquel día de la charla, al llegar a casa, corrí hasta el ropero, me
preguntaba si todavía estaría aquel librito, allí estaba en el último rincón.
Comencé a leer, y ahora me ocurría lo mismo; leía: "que es hijo de... y que es
hijo de... y que es hijo de..." Entonces decidí pasar unas hojas más adelante,
así fue como encontré unos pasajes que mi hermano había dejado marcado de exprofeso para
que leyéramos. Leí uno y otro y otro y otro, Esta lectura para mí era más
comprensible, hasta que con sorpresa leí el texto al que el Pastor se había referido especialmente. Decía: "El que creyere y fuere bautizado será
salvo, más el que no creyere será condenado. Y estas señales seguirán a los que
creyeren..." (Marcos 16:16-17) estaba resaltado con un recuadro rojo.
Trece años después de que mi hermano Teri nos dejara aquel Nuevo Testamento, cuando él tenía la edad de ir al Servicio Militar; ahora yo comenzaba a leerlo,
también cuando tenía la edad de ir al Servicio Militar. Luego comencé a leer
Biblia y por ella conocí a Cristo. Mucho tiempo después vino a casa a visitar a nuestra madre, pero yo me había ausentado por unos días para participar de una reunión de Pastores. En esa oportunidad vino con su esposa y sus hijas Viviana y Sandra.
Ricardo Orlando Chavez Cuello
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